El libreto de La Revoltosa plasma el costumbrismo español, pero haciéndolo más localista, más madrileño, y la música se acopla de manera perfecta. No sólo en sus cúspides - como el preludio, las guajiras y el dúo-, sino en el resto, en donde la música es cómplice y “lleva” a los actores/cantantes en un ejemplo de lo que debe ser una zarzuela: no solo una ópera con diálogos, ni tampoco solo una comedia con romanzas, sino una obra en la que fluyan con naturalidad las partes habladas o cantadas, no como compartimentos estancos. Eso pasó desde el día del estreno, en donde lo de menos era que “Felipe” fuese Emilio Mesejo del que se dice “que no tenía voz ni tipo pero encontraba recursos para expresar el amor apasionado del hombre del pueblo madrileño”. Salvador Valverde expresa muy bien el marco creado, en el que se desenvuelve “Mari Pepa, chula de los madriles que tiene puestos sus ojos en los vecinos que la asedian pero su corazón sólo en Felipe, que disimula sus mortales celos con una máscara de indiferencia; unos menestrales a los que trae revueltos la nueva vecina, de cuyo irresistible encanto no se libra ni el severo señor Candelas, ni el señor Cándido el meloso y amadamado sastre que aguanta la tiranía de Gorgonia, su despótica mujer, ni Tiberio, ni Atenedoro que completan el cuarteto vecinal del que se divierte y se burla la pícara planchadora”.